El sobre llegó por correo explicando la información básica que necesitaba saber para mi cirugía. "¿Cirugía?" pensé... Quería aprovechar esta experiencia para aplicar realmente el Dharma, para fortalecer mi práctica de refugio.

Cada día perseguía sin descanso la ilusión de la felicidad y me automedicaba con alcohol para adormecer el dolor. Tras agotar todas las vías, toqué fondo hace más de 9 años, lo que me llevó a rehabilitación.

La primera vez que escuché una enseñanza sobre la muerte, la sentí sorprendentemente como una buena noticia, como algo de lo que quería oír más. ¿Cómo? ¿Acaso el tema de la muerte no era tabú, algo de lo que nadie quería hablar?

He luchado contra la ansiedad desde que tengo uso de razón. Estaba tan familiarizado con la sensación que me identificaba con ella: Soy una persona ansiosa». Este patrón de pensamiento se había convertido en una parte necesaria de cómo procesaba los retos a los que me enfrentaba en mi vida.

¿Te aterroriza la meditación? Enhorabuena, no eres el único. Yo estaba segura de que no podría hacerlo. Empecé viendo las clases por Internet porque me daba miedo parecer una completa idiota.

Me siento como si siempre estuviera corriendo, siempre llegando tarde a algo y siempre persiguiendo algo que hay que hacer ayer. Estoy agotada casi todo el tiempo...

En 2001, un pequeño anuncio en un periódico llamó la atención de una madre soltera bastante enfadada y exasperada, que intentaba mantener la cordura en una situación cada vez más difícil. Decía: «¿Está enfadada? ¿Le gustaría encontrar un poco de paz en circunstancias difíciles? De eso hace ya 23 años.

Conocí el budismo kadampa cuando tenía 16 años. Estaba lleno de esperanza y ambición. Pero también estaba a mitad de camino de un nuevo y paralizante desafío que se había colado en mí y había empezado a arruinar mi vida: la ansiedad social.

Llegué a la meditación cuando estaba en una fase muy oscura de mi vida. No me di cuenta en ese momento, pero sufría una depresión y una ansiedad muy graves.